La representación de Colombia en los próximos Premios Goya, se estrena este jueves 16 de septiembre en salas. El director Nicolás Rincón Gille le apuesta a la ficción para contar la travesía de un padre por recuperar a sus hijos asesinados, buscando salvar sus almas, en medio del dolor y la impotencia de no haberlos podido proteger.

 Fueron muchas las vivencias que el director Nicolás Rincón Gille escuchó del relato de mujeres víctimas de la violencia paramilitar en Colombia, mientras hacía Los abrazos del río, el segundo largometraje documental de su trilogía Campo hablado y a pesar de lo dolorosas que resultaban, logró mantener a flote su espíritu de lo que él llama una “descarga emocional de sus terribles historias”. 

Las experiencias de esas mujeres eran impensables y él no podía hacer más que ofrecer su mejor calidad de ‘escucha’. Sin embargo, eso no fue suficiente cuando conoció la historia de Nelly, porque ahora ni siquiera tenía la posibilidad de ser un invitado de piedra detrás de una cámara para documentar este relato.



“A ella, como a tantas otras mujeres de la región, le habían asesinado dos hermanos que enseguida fueron arrojados al río. Pero su historia no acababa allí, apenas empezaba con el periplo de su padre, un pescador de toda la vida, que decidió inmediatamente partir en búsqueda de los cuerpos, sabiendo que tenía pocas posibilidades de lograrlo y, sobre todo, que estaba arriesgando su propia vida. Su decisión no era una cuestión de coraje, sencillamente no tenía otra opción”, explica el director. 
Aquí es donde entra en juego ese sincretismo religioso que es otro de los ejes temáticos de Tantas almas, la primera película de ficción de este director colombo-belga: la profunda convicción de que los muertos sin enterrar se convierten en almas en pena y quedan vagando sin reposo por toda la región, hicieron que este pescador se lanzara al río, no en búsqueda de peces, sino de sus hijos. 
En la pantalla, este pescador se llama José y sus hijos Dionisio y Rafael, pero podrían llevar los nombres de los centenares de desaparecidos en Colombia en el año 2002, quizá el año en el que más fuertemente las Autodefensas Unidas de Colombia – AUC lograron arrodillar a un país a punta de miedo, incluso un miedo más profundo que a la muerte misma. 

“La violencia paramilitar había sido programada en todos los campos, incluso en el imaginario: no bastaba con asesinar, no bastaba con desaparecer, no bastaba con prohibir la pesca de los cuerpos que bajaban por el río. Los seres queridos habían sido desaparecidos de tal forma que su muerte quedaba en duda, impidiendo el duelo y por ende la posibilidad de seguir adelante reconstruyendo la vida de quienes se quedaban”. 
¿Pero cómo narrar en el cine el dolor y la impotencia desde el documental? ¿cómo reflejar el fracaso de las familias que buscaban seguir adelante ante las visitas permanentes de los desaparecidos, su mirada, su olor, sus ruidos, sus gestos, que aparecían de repente en su cotidianidad, impidiéndoles superar el dolor? 
“De repente, me sentí encerrado en la frontera del realismo. Si quería tratar el tema en toda su complejidad debía asumir, con ellos y como ellos, su imaginario. Y la mejor forma de hacerlo, era construyendo una narración que volviera atrás, acogiendo esa bella posibilidad de la ficción de contar la historia como si estuviera pasando por primera vez”. 
A diferencia de los largometrajes documentales previos de Rincón, esta vez la protagonista de la historia no es la figura femenina, sino un hombre, la odisea de un héroe cotidiano, sin ninguna otra convicción ni ideología, simplemente el amor a sus hijos, en sinergia con lo que desea el director de su película: “lo que espero de Tantas Almas es poder debatir no desde la ideología sino de lo que significa sobrevivir a este conflicto”. 
Duelo, sincretismo religioso, catarsis, resiliencia, amor incondicional ¿cómo definir en pocas palabras a Tantas almas? Es la lucha de un padre por no volverse loco, por no suicidarse, por reconstruir su vida después de que pierde lo más preciado que son sus hijos. Es un viaje en el río, en el que quiere encontrar los cuerpos de sus hijos, pero también es un río que hace desaparecer todo. Tantas almas se pregunta cómo diablos hace una sociedad como la nuestra para seguir guardando lo mejor que tenemos, la esperanza. 
¿Por qué ficción? Porque la película habla del duelo y el duelo en un documental es éticamente difícil, ¿cómo vas a filmar a alguien que está atravesando un momento tan duro? en cambio la ficción te permite estructurar eso de otra manera, además puedes hacer viajes emotivos, sensoriales, afectivos que el documental no te permite. Aquí estamos en una experiencia en medio del conflicto.

¿La espiritualidad estuvo planteada desde el comienzo? Sí, ante la pregunta de cómo hace uno para no volverse loco y no perder la esperanza, lo que vi en las personas cercanas a situaciones de violencia, es que reconstruían su mundo gracias a sus creencias. Y son creencias propias de acuerdo a lo que a cada uno le tocó vivir, es decir, “la violencia nos cayó encima pero no nos destruyó”, la espiritualidad es básica para no dejar apagar la llama de la esperanza, que es la clave para ver el mundo de otra manera y reconstruir.
Este es un tema álgido, que polariza ¿cómo manejarlo?El problema es que el tema del conflicto siempre ha sido ideologizado. Siempre se quiere saber desde qué lugar se está hablando, si eres de derecha o de izquierda… y eso impide interesarse y vincularse en lo que realmente está sucediendo. La propuesta de Tantas almas es sentir esta guerra que aún estamos viviendo hoy en día, que nos toca a todos y el qué hacemos nosotros como sociedad civil, en general, para confrontar a esos pocos actores armados que nos están haciendo la vida tan difícil y eso no es ninguna ideología. 
Simplemente pienso que, como sociedad, todos somos víctimas de esa violencia y tenemos que salir de ella y solo lo vamos a lograr el día que saquemos la ideología del conflicto. Es entender qué pasó, por qué pasó y que a cualquier persona que hubiese estado en el lugar de José le hubiese pasado lo mismo, sin importar de que parte del mundo vengas o a qué clase social o cultura pertenezcas. Esta violencia en realidad nos concierne a todos. 
¿Qué hace que esta película con una violencia tan nuestra sea universal?Empecé a entenderlo así durante la premier internacional de la película en Corea, un país que no conocía hasta ese momento, pero cuando vi la reacción del público fue increíble: la temática de un padre que enfrenta el conflicto, que vence el dolor para encontrar a sus hijos, es universal. En los distintos países donde se ha proyectado, Corea, Francia, Marruecos, Italia vinculan la película con los momentos trágicos que cada uno ha tenido. 

¿Qué tan difícil fue dar con él actor protagónico? Lo primero que hay que decir es que Arley es un pescador de verdad, sin esa condición hubiera sido imposible hacer la película. Nunca tuve un prototipo físico, solo que fuera hombre y tuviera cierta edad, en realidad lo que buscaba era que tuviera ‘presencia’, que es la manera como una persona está frente a la cámara. Cuando vi a Arley sentí algo que no es físico, sino más bien espiritual, así que le pedí que caminara, que se detuviera a esperar a alguien… poco a poco fuimos creando como un universo. 
¿Arley tiene una historia como víctima? Todas las personas que están en la película han sido tocadas de alguna manera por lo que la película cuenta. Yo no quería en el caso del personaje central encontrar a alguien que hubiese sufrido eso porque sería inhumano, sin embargo, Arley tenía una experiencia próxima porque en su pueblo los paramilitares llegaron y mataron a gente muy cercana. Su familia también sufrió mucho la violencia por parte del ELN, que estaba muy presente en esa zona, o sea que es alguien que ha estado dentro del conflicto y sabe exactamente qué significa.
Es de suponer que en esas mismas condiciones están muchas de las otras personas que participan… Tenemos una escena en un puente, donde se podría decir que casi todos eran extras. Eran cerca de 40 personas que esperaban que yo les diera muchas indicaciones de qué hacer cuando los paramilitares se llevaban a muchos en camiones para desaparecerlos. Les dije “¿cómo era cuando esto sucedía? pues así vamos a hacerlo”. Con las experiencias de cada una de las personas se construyó esa y muchas otras escenas de la película. 
¿Por qué optó por dos actores profesionales en la interpretación de paramilitares? Son dos grandes actores para dos personajes muy complicados. Me interesaba mostrar cómo alguien que está en esa estructura armada utiliza el poder para amedrentar y cómo esa especie de testosterona masculina horrible está presente en la guerra. Algo que plantea la película es que quien tiene todo el poder de aplastar a cualquiera como una mosca, lo que en realidad está experimentando es una especie de placer, porque ya perdió toda humanidad posible, todo lazo de empatía. Al otro lado está la víctima que no tiene como sobrevivir frente a este demonio pero confronta el horror desde su cotidiano. Es un enfrentamiento entre el demonio y el héroe. 
¿No había cierto riesgo en rodar en una zona que vivió tan de cerca el conflicto? Para mí era clave porque una de las cosas que quería era rodar la película en una zona que hubiese sufrido esa violencia y con personas que fuesen cercanas, pero obviamente eso no es fácil porque no en cualquier parte hubiésemos podido llegar y proponerle a la gente “hablemos de lo que sucedió”, por represalias políticas, por miedo, por todo lo que puede suceder. 

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Poco a poco nos fuimos desplazando y logramos encontrar esa zona de Simití, en el Sur de Bolívar, que en realidad es un paraíso, que sufrió mucha violencia. Al ser un pueblo pesquero que no tiene mucha importancia económica le permite estar aislado, hay mucha pobreza pero al mismo tiempo no hay intereses económicos. 
¿Cómo ha logrado mantener una relación tan fuerte con el país, viviendo tan lejos? Porque me di cuenta que lo que permite que el conflicto siga es tener miedo, y lo tenemos todos. La peor arma que tiene la violencia es el miedo y es lo que está logrando que el conflicto se perpetúe desde hace 60 años El no querer saber qué pasó para no sentirse mal, nos aísla, pero cuando uno puede hablar con una persona que estuvo en ese momento establece lazos humanos profundos y se puede sentir vinculado a una sociedad que tiene que dar un paso adelante. 
Tantas almas, producida por Manuel Ruiz Montealegre y Hector Ulloque Franco, de Medio de Contención Producciones, fue rodada en el municipio de Simití, en el sur de Bolívar en 2018 y es distribuida en el país por Cine Colombia. 
Perfil del director Después de recibir en Bogotá la licenciatura en Economía en la Universidad Nacional, se trasladó a Bruselas, el país natal de su madre para ingresar al Instituto Nacional Superior de Artes Escénicas en Bélgica (INSAS) a estudiar cine. Trabajó como director de fotografía en algunas películas y dirigió tres cortometrajes antes de embarcarse en su proyecto de trilogía dedicado al campo hablado, a la riqueza de la tradición oral en el campo colombiano.

La primera parte, En lo Escondido (2007), recibió el Premio Joris Ivens en Cinéma du Réel, seguido de la segunda parte, El abrazo del río (2010), que recibió el Premio Montgolfière d’Or en el Festival des 3 continentes. Noche herida (2015) es la última parte de la trilogía, galardonada con una Mención Especial del Jurado Internacional en Cinéma de Réel y Mejor Película en la Competencia Colombiana en FICCI 2016. Tantas almas es su primer largometraje de ficción. En la actualidad está preparando un nuevo largometraje titulado Iluminada, la historia de una joven poetiza del Chocó.