En medio del exuberante y codiciado Páramo de Sumapaz, F, un solitario explorador y guardián de las montañas condenado por su destino, se sumerge en las posibilidades que le ofrecen sus sentidos. Frente al inminente regreso de la violencia, y superando sus limitaciones humanas, ha estado preparando su escapatoria, pero antes de perseguir una nueva dimensión, tendrá que enfrentar una dolorosa despedida.


Esta es la sinopsis de Entre la niebla, el segundo largometraje del director Augusto Sandino, que fue filmado en el Páramo de Sumapaz, entre 3.200 y 4.500 metros sobre el nivel del mar, en medio de parajes de muy difícil acceso nunca antes fotografiados. Un lugar rodeado de misterio y soberbia belleza, que ha sufrido en carne propia todas las tragedias de la historia de Colombia.
Es protagonizada por el fotógrafo profesional Sebastián Pii, quien a través del arte ha explorado su auto-reconocimiento en forma de retratos. A través de la relación y la colaboración con el director, Sebastián ha dado vida a F, un joven y solitario guardián, cuidador del páramo donde vive.

Detrás de esta historia de ficción hay una enorme investigación cuyas principales conclusiones van siendo entregadas de manera particular a lo largo de la película, que, dicho sea de paso, maneja pocas palabras, pero tiene un gran discurso implícito.
“Mientras adelantaba lecturas de crónicas y testimonios, indagando principalmente sobre los páramos y sobre el proceso de paz, conocí varias personas y escuché sus historias. Me entrevisté con algunos expertos; historiadores, sociólogos, científicos, líderes sociales, congresistas, campesinos y funcionarios públicos, y todo nos conducía a las problemáticas del agua dulce que nace en los páramos, el agua potable. La vida en el futuro”, cuenta Sandino.


El director es consciente de que a pesar de lo inclusive que es en este momento Entre la niebla, frente a lo que ha venido pasando en el planeta con el medio ambiente y que ha llevado a que producciones recientes hagan un llamado de atención para proteger los recursos naturales, su película da una sacudida mucho más fuerte.

“Es una película que no tiene referentes, al menos conscientemente, y en su narración se construye un relato de amor y desarraigo. Es de cierta manera impresionante y algo perturbadora. Vivimos en un mundo que poco a poco nos ha ido alejando de nuestra esencia, y es necesario detenernos y reflexionar. Espero que en su tratamiento logre sacudir, no por lo informativo, que no interesa tanto, sino porque en Colombia ya nos acostumbramos a que no nos importe el otro”.
El director bogotano es también muy directo al hablar de la responsabilidad que atañe a todos, especialmente al Estado frente al cuidado de la naturaleza, de los páramos, pero también de sus cuidadores. “Vivimos en un país exuberantemente bello y lleno de riquezas, con un Estado fallido de muchas maneras. De hace 30 años para acá, lo esencial empezó a dejar de ser importante, se han venido ignorando los intereses públicos y, cada vez más, se han ido convirtiendo en negocios de unos pocos, dejando muchas personas y territorios a la deriva”.


Augusto también afirma que “las ciudades crecen desaforadamente y hay millones de personas que padecen múltiples tipos de violencias. En el afán de ser urbanos o cosmopolitas se han ido dejando atrás rastros de identidad, los índices de pobreza aumentan, la calidad de vida baja vertiginosamente y es muy costoso mantenerla; la inflación, la falta de oportunidades,
tanto para jóvenes como para los mayores de 50 años, causan una desesperanza generalizada”.
El equipo de la película estuvo conformado por 15 personas, pues al tratarse de un área natural protegida no se podía sobrepasar la capacidad de carga con un grupo mayor. Fue un trabajo de un año en el que comprobaron que el páramo es un ecosistema frágil pero que también puede ser extremadamente inhóspito.