Durante mucho tiempo en Colombia la figura de Andrés Caicedo, en parte mitificada por su suicidio, despertó mucho más interés por el artista que por su obra. A penas hoy, como Luis Ospina dice en algún momento de la película, ha comenzado a reconocerse el valor de una obra que trasciende lo local y que es mucho más que el empeño por mantenerla viva de unos pocos y buenos amigos. Balada para niños muertos es un homenaje a Andrés, al propio Cali y su grupo, como germen de un fenómeno cinematográfico, pero va un paso más allá. Testimonios y lecturas de fragmentos componen, junto con un poderosísimo material de archivo, el relato de una historia que se cuenta con un profundo sentido e interés cinematográfico: la historia de Andrés y su eterna fascinación por la literatura de terror y el cine B, la del niño que nació para escribir, la del joven que decidió burlarse de la muerte planeando su propio final. Una película que trata de mantener el difícil equilibrio entre la fina línea que separa y une a los dos: hombre y obra, obra y hombre, de manera eterna e indisoluble.
EL DIRECTOR Y SU OBRA
Navas es un autor de espíritu caicediano, lo conoce desde su primera película Calicalabozo (1996), es afín en el corto de culto Alguien Mató Algo (1999) y ha mantenido en los largometrajes de tragedias urbanas: La Sangre y la Lluvia (2009) y Somos Calentura (2018). Ampliamente conocedor del cine de horror, su autor le da un tono místico al documental impregnándolo de romanticismo. Balada para Niños Muertos es un engranaje más en su visión de autor.