En la película Ellas Hablan, un grupo de mujeres, muchas de los cuales discrepan en cosas esenciales, tienen una conversación para descubrir cómo podrían avanzar juntas en la construcción de un mundo mejor para ellas y sus hijos.
Aunque la historia detrás de los acontecimientos en Ellas Hablan es violenta, la película no lo es. Nunca vemos la violencia que han sufrido las mujeres. Solo vemos breves destellos de las secuelas. En cambio, vemos a una comunidad de mujeres unirse y que deben decidir, en un espacio de tiempo muy corto, cuál será su respuesta colectiva.
Cuando leí el libro de Miriam Toews caló hondo en mí, despertando preguntas y reflexiones sobre el mundo en el que vivo, que nunca había articulado. Preguntas sobre el perdón, la fe, los sistemas de poder, el trauma, la sanación, la culpabilidad, la comunidad y la autodeterminación. También me dejó desconcertantemente esperanzada.
Imaginé esta película en el ámbito de una fábula. Aunque la historia de la película es específica de una pequeña comunidad religiosa, sentí que necesitaba un gran lienzo, una envergadura épica a través de la cual reflejar la enormidad y universalidad de las preguntas que se plantean en la película. Para tal fin, era imperativo que el lenguaje visual de la película respirara y se expandiera. Quería sentir en cada cuadro el potencial y las posibilidades infinitas que encierra una conversación sobre cómo rehacer un mundo roto.