Es mucho lo que por años el mundo ha escuchado sobre la situación política de Venezuela, pero siempre desde las voces del gobierno y de la oposición. Mientras la televisión muestra la situación de desabastecimiento en los comercios de las grandes ciudades, los caminantes por trochas y carreteras de otros países, rumbo a un destino desconocido, comparten frases de lo difícil que está la vida en su país. Testimonios que duelen, pero que cada vez más se han convertido en simples murmullos.

Sin embargo, la cineasta venezolana Anabel Rodríguez Ríos logra a través de su primer largometraje documental, que se estrena en salas de cine de Colombia este 27 de mayo, contar una historia, que recoge muchas, y que muestra la realidad del vecino país desde un ángulo en el que es imposible que el espectador no termine salpicado de barro, proveniente del mismo sedimento que se apoderó del pueblo palafito de Congo Mirador, ubicado al lado sur del Lago de Maracaibo.

Equipados con dos cámaras, pequeñas y con objetivos angulares, con la intención de lograr reducir la distancia, Anabel y el director de fotografía John Márquez, presentan a los protagonistas: Tamara, una líder sindical que se declara enamorada del fallecido comandante Chávez y su revolución; de Natalie, la maestra que lucha por permanecer en su cargo, así no reciba un bolívar para mantener abierta la escuela; Yoaini, una niña valiente y triste que lucha para no dejarse ‘amansar’ por su entorno. Todos residentes de este pueblo de agua en el que hace apenas 20 años, vivían cerca de mil habitantes.

Pero el verdadero protagonista de esta película, que tuvo su estreno mundial en la competencia de cine documental del Festival Internacional de Cine de Sundance en el 2020 y que este 27 de mayo se estrena en 20 salas del país, es Congo Mirador, ese lugar que atraía turistas para ver los espectaculares y silenciosos relámpagos del Catatumbo, pues allí las descargas eléctricas ocurren 297 días del año con, según los Récord Guinness, 250 relámpagos por kilómetro cuadrado.

El espectáculo en el cielo sigue, pero los visitantes ya no están para admirarlo, pues Congo Mirador ya no es un lugar viable, gracias al abandono del estado venezolano y al rigor de la naturaleza como respuesta ante la imprudencia del hombre. La sedimentación del que fuera un pueblo de agua no fue solo en sus canales, sino también en las relaciones de sus habitantes divididos por la política y por la fe en lo más traicionero: el ser humano. “El concepto poético es que esa condición ambiental avasallante, una sedimentación acelerada, posiblemente provocada por el cambio climático, es el tema de fondo, así como lo es el ambiente en las relaciones humanas, porque así, como se sedimenta ese pueblo se contaminan y se sedimentan, metafóricamente hablando, las relaciones entre la gente”, afirmó la directora Anabel Rodríguez en algún momento del recorrido internacional del largometraje.